Por Javier Labrada García
Por
estos días, o estas noches, cuando los apagones o "alumbrones" vuelven a
ocupar el espacio cotidiano de los habitantes de mi terruño, y se hacen
tan populares (al punto que a las 5 de la tarde todos preguntan a qué
hora se irá la corriente), un objeto "milenario" de nuestros campos
vuelve a cobrar vida: el candil.
Según
explica el diccionario, candil es una "Lámpara para alumbrar formada
por dos recipientes de metal
superpuestos, uno con aceite para alimentar la llama de la mecha y otro
con un asa o un garfio para colgar". Increiblemente las familias
campesinas aún guardan en algún rincón de la casa (siempre a la mano)
estos aditamentos.
Cuando
la noche anterior a la escritura de estas líneas (y que conste no
nacidas a la luz de un candil) el preciado fluido eléctrico hizo como el
mejor de los magos y desapareció por unos minutos. Ni las luces de las
Vegas tendrían el privilegio de organizar semejante espectáculo como el
que vieron mis ojos!!! En todas las casas una luz llenaba puertas,
ventanas, el patio, las paredes. Como un increible faro para guiar a los
invidentes en la oscuridad allí estaba, alumbrando nuestras vidas,
nuestra nostalgia, nuestros rostros oscuros, aquel candil (que aunque
hacía frío no es precisamente de nieve).
Resulta
singular cómo un pequeño artilugio, casero, hecho con una lata,
combustible y una mecha, puede traer tal espectáculo de luces a nuestras
vidas, cuando los rayos del sol de la tarde desaparecen sobre nuestras
cabezas, al mismo tiempo que el fluído eléctrico; cuando los apagones
protagonizan la aventura de nuestras tardes.
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