Por Javier Labrada García
"El cubano piensa como vive", es una frase que he escuchado hasta la saciedad, y que nos remite a esa cruda realidad de lo improbable, de lo incierto, del caminante que puede cambiar su rumbo en cualquier instante. No hay nada más incierto que el futuro, y sin embargo seguimos aferrándonos a que será siempre mejor.
Cuando salgo de la casa en las mañanas, siempre me encuentro con algún personaje que antes del crepúsculo vespertino recorre las calles para hacer su trabajo. Algo tan vital como el pan nuestro de cada día, al que quizás, a diferencia de los rusos (ya que el mundial nos absorve), pueda o no venir acompañado de sal, me da igualmente la bienvenida.
Una bara al hombro que deforma el trapecio de su cuerpo, dos bolsas de color azul, un sombrero, botas para flanquear el fango que se ha acumulado de la lluvia del día anterior, un sendero que recorrer, siempre para llevar el servicio al cliente habitual o alguno que ese día se despertó con el fuerte sonido del silbato y el pregón sorpresivo de "Pan!!!!".
De tan habitual me saluda levantando su mano, un vecino se adelanta para comprar una barra de pan de 5 pesos. En un rápido intercambio, como una complicidad cotidiana, cambian de dueño el pan y el dinero. Se despiden y cada cual regresa a lo suyo.
Mientras veo aquella escena camino despacio, aún es temprano. El panadero regresa sobre sus pasos y vuelve a tomar el camino para llegar a la carretera. De espaldas, con el rostro anónimo, levanto mi teléfono y tomo la instantánea. Parece un viajero que encamina sus pasos seguros hacia la aventura. Las montañas en el horizonte le sirven de meta.
Llegando a mi destino, cruzo el (para mi) milenario puente que me separa de Cruce de los Baños. En uno de sus extremos una escoba avanza con lentos movimientos en la mano. Los carros abarrotados de gente pasan de largo, nadie repara en esta nueva criatura de la mañana.
Ropas de un color opaco que lo hacen casi imperceptible, pero otras son las causas. Es demasiado humilde su faena para aspirar a un simple saludo. En silencio mira la basura que se amontona a sus pies y sigue barriendo.
El sol aún no ha coronado sobre la tierra, y sin embargo, el sombrero es su principal escudo. Apenas es el extremo del puente, pero no levanta la vista para percatarse de cuánto le falta.
Humanas y anónimas facetas que se cruzan en mi camino casi a diario. El mundo nuestro no se detiene, el reloj es implacable. Pero a veces es posible y hasta sano singularizar lo cotidiano como lo más bello y prodigioso del reino de este mundo.
Por estas hermosas criaturas de la mañana el futuro tiene que ser mejor.
Que lindo , me gusto.
ResponderEliminarGracias mi vida, son cositas que están ahí y nadie a veces se detiene a verlas, pero ahí es donde radica realmente la belleza de las cosas
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