jueves, 2 de agosto de 2018

Escenas de una ciudad que respira historia

Por Javier Labrada García
Bayamo es una ciudad que respira historia. Puede el ojo curioso del visitante, no tanto el nativo, percatarse de las singulares composiciones escultóricas y los asoleados monumentos que llenan su centro.

Mis pasos llegan hasta una urbe reducida a cenizas en 1868 por las fuerzas insurgentes, para impedir que aquel puño de hierro ensangrentado apretara nuevamente las cadenas de la libertad.
Transito la urbe que fuera testigo en primera plana de aquellas líneas melódicas de “Nuestra Marsellesa”, el Himno de Bayamo, Perucho Figueredo sobre el corcel, lápiz y papel, una pierna cruzada sobre la montura de su caballo, pueblo que hierve a su alrededor, clamor total.
El sol sigue cada uno de mis pasos. Convierte a mi sombra en su intérprete. La vista recorre y llena todos los espacios. El parque central me hace sentir minúsculo. El teléfono escapa a su letargo y la cámara empieza a capturar escenas.
El plato fuerte es el obelisco que se alza para perpetuar al Padre de la Patria: el adelantado Carlos Manuel de Céspedes. El Bronce y el mármol en total armonía. Su cuerpo inmóbil se impone inalcanzable.

Mi mente dibuja en imágenes las líneas que una y otra vez me relatan los libros de historia: rompe el alba en el ingenio La Demajagua, “los que me quieran seguir que me sigan”, Diez de Octubre, Manifiesto, 14 de agosto de 1867, Perucho Figueredo, Manuel Muñoz Cedeño y La Bayamesa.
De frente al obelisco, a unos pocos metros de distancia, como un libro abierto el busto a Pedro Figueredo, a su izquierda la partitura del Himno Nacional. A su diestra la letra íntegra.
Céspedes llena mi pensamiento y recuerdo al Apóstol de preclara letra que afirma: “Tal vez no atiende a que él es como el árbol más alto del monte, pero que sin el monte no puede erguirse el árbol. Jamás se le vuelve a ver como en aquellos días de autoridad plena; porque los hombres de fuerza original sólo la enseñan íntegra cuando la pueden ejercer sin trabas”. (“Céspedes y Agramonte”, El Avisador Cubano. Nueva York, 10 de octubre de 1883)
La sombra me atrae hacia un lateral del parque central
La sombra me atrae hacia un lateral del parque central. Mi vista repara en una pequeña placa. Entonces conozco la casa natal del Mayor General de la Guerra de los Diez Años, Donato Mármol Tamayo. Hoy es Casa de Cultura.

Respiro aliviado. Mi historia vive, la encuentro a cada paso, la percibo entre tanta algarabía, moda, música estridente, señal wifi, construcciones postmodernas que desafían el paisaje. Me atrevo horas después, mientras redacto estas líneas, a parafrasear a José Martí:
“Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias, y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará (...), asunto para la epopeya, porque la historia anda por el mundo con careta de leyenda”.

* “Céspedes y Agramonte”, El Avisador Cubano. Nueva York, 10 de octubre de 1883.
** “Placeres y problemas de septiembre”, La Nación, Buenos Aires, 22 de octubre de 1885.


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